Es sábado, faltan 10 minutos para las 14 y alrededor de una de las salidas de la estación Emilio Mitre de la línea E de Subte se empiezan a congregar distintos chicos de pantalones y remeras anchas, pelos a lo Emo o gorras al revés. Ellos se acercan desde diferentes puntos a los ductos de ventilación del subterráneo, unas columnas que emergen en Parque Chacabuco, donde el grupo Parkour BA ya plantó su bandera: una lámina ploteada en la que, además del nombre, dice que se puede practicar desde los 12 años.

“Hola, seguro me reconociste porque soy muy alto”, saluda el anfitrión Eric Rishmuller, de 23 años.
Eric tiene ojos marrones saltones, pelo castaño con rulos y una barba incipiente y, como menciona, ronda los dos metros de altura. Usa un buzo negro con capucha y unos pantalones azules muy anchos, con la entrepierna a nivel de las rodillas. Estudia para ser analista en sistemas y practica parkour desde hace seis años.

“Hoy va ser un día de roles así que ojo el que se marea rápido ¿Quién no sabe hacer un rol?”, le pregunta Eric al grupo y él mismo levanta la mano para romper el hielo. Acto seguido, todos se ponen en círculo y empieza el calentamiento.“¿Qué le decimos a la muerte? ¡Hoy no!”, grita el instructor y mueve la cabeza como negando, movimiento que los otros repiten. La llamativa pregunta y respuesta no hace referencia a un hecho trágico sino a la popular serie Game of Thrones. Suben los brazos, arriba y abajo. Manos adelante: cierran y abren. Caderas para un costado “un movimiento sexy”- dice Eric - para el otro lado.

En este punto se suman cuatro personas más: dos chicos y una pareja. “Este es el baño de los perros”, se queja Eric del pasto y decide mudar a toda la tropa a otro sector del parque. Llega otro chico más y hacen 15 flexiones de brazo y 30 abdominales. La gente que pasa los mira preguntándose qué hacen y se tranquilizan cuando se dan cuenta que, al parecer, es gimnasia.

Alrededor de las 14.30 el calentamiento termina y el grupo se divide en dos: los que saben hacer roles que van con Eric y los que no, con otro chico llamado Pablo. Aunque a esta división se le suma una más, tácita, entre los alumnos y no alumnos. Los que llegaron más tarde no van a aprender sino que practican sus movimientos fuera de la clase que no son precisamente roles sino verticales y saltos desde el ducto de un metro y medio de altura. Además, son más grandes: rondan los veintipico mientras que el alumnado no supera la mayoría de edad.

“Les voy a dejar una de las inquietudes que tengo. Está en discusión cuál es el mejor rol si apoyar las manos o tirar el cuerpo y girar”, comenta Eric y luego explica cómo se hace un “rol volado” con las manos extendidas. Un padre pasa con su hijo que anda en monopatín y el chico detiene su marcha mirando al grupo como algo cool. Mientras ellos observan, otro hombre mayor, con anteojos grandes de carey y campera náutica gris, se pone a revisar su celular justo en el medio de dónde practican parkour sin darse cuenta ni inmutarse.

El rol volado evoluciona en un rol en el suelo y subirse al ducto de un metro. Luego se le suma un rol más del otro lado y el ejercicio final es un rol sobre el ducto. “La indumentaria para este rol es el buzo de la suerte”, explica Eric y se entiende: el ducto está recubierto con un cemento que raspa.

El cupo femenino se amplía terminando el ejercicio de los roles ya que se acerca una chica de unos veintipico con una beba toda vestida de rosa en un cochecito. También llega otra joven que trae un tupper enorme con budines para vender. Una chica más, que es instructora, aparece con dos botellas de agua.

“Vamos cerrando, vamos a juntarnos”, dice Eric y comienza con la charla de concientización. “El tema del que les quería hablar hoy es que haciendo parkour algún día alguien los va a tratar mal o los va a querer sacar con la policía. Mi opinión es que ellos tienen razón: tienen miedo de lo que somos o quizás piensan que les queremos robar pero si ven que somos gentiles y sólo hacemos ejercicio, no va a haber problemas. Y con mucho respeto, si te dicen ándate, ándate”.

Por último, Eric recuerda que el taller es a la gorra y los saluda hasta el sábado siguiente.  

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El parkour (que significa “recorrido” en francés) proviene del método natural y fue desarrollado en Francia, inicialmente por Raymond Belle y luego por su hijo David Belle y su grupo de amigos, los autodenominados Yamakasi (que significa “Cuerpo fuerte, espíritu fuerte, persona fuerte” en Lingala, una lengua hablada en el noroeste de la República Democrática del Congo), a fines de los años 80.

En el momento de su creación el grupo estaba formado por David Belle, Sébastien Foucan, Châu Belle Dinh, Williams Belle, Yann Hnautra, Laurent Piemontesi, Guylain N'Guba Boyeke, Malik Diouf y Charles Perriere que se sometieron a retos como entrenar en ayunas y sin agua, o dormir en el suelo sin abrigo para aprender a soportar el frío, física y mentalmente.
Para unirse al grupo, los nuevos miembros tenían que ser recomendados por un integrante y pasar una serie de pruebas con el fin de evaluar sus motivaciones. Además de lo físico, completaron su formación con valores que debían ser compartidos por todos, como la honestidad, el respeto, la humildad, el sacrificio y el trabajo duro. Si algún miembro lograba completar un reto, todos tenían que hacerlo.

Sin embargo, esa unidad empezó a resentirse al llegar la popularidad cuando un hermano de David Belle envió fotos y un video de los Yamakasi a un programa de televisión francés. Después de esta aparición vinieron los documentales, videoclips y películas de Hollywood y las divisiones: David Belle se proclamó como el creador del Pakour, Sébastién Foucan creó el Free Running (una variante más acrobática) y Williams Belle, la ADD (Academia del Arte del Desplazamiento).

Recientemente Williams Belle escribió un artículo llamado “Usted mismo es el auténtico maestro del Parkour” en el que critica a su primo David y los traceurs que lo siguen por arrogarse el título de “la auténtica vía y la única versión de la verdad sobre la historia del Parkour”. “Hay tantas historias y prácticas del Parkour como existen individuos. Ninguna práctica está por encima de otra, somos complementarios”, afirmó.

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“Comencé a practicar parkour hace 6 años y la comunidad ya era grande. Hace 10 años eran 10 o 15 personas las que hacían y ahora hay entre 5000 y 6000 chicos que practican en todo el país”, comenta Alan Ly de Baires Family, un grupo que nació en 2010.

Si bien la disciplina no es competitiva, ellos son reconocidos como los más “divertidos” en la Argentina y tienen mucho poder de convocatoria. Todos los años realizan dos encuentros nacionales en distintas provincias y organizan entrenamientos masivos en el Parkour Park del Gobierno de la Ciudad en Avellaneda o los bosques de Palermo. Además, realizaron dos shows en Tecnópolis: “Sistemáticos” y “Sistemáticos Ciudad Careta”.

“Yo empecé mirando videos y luego entrenando. Esta disciplina tiene mucho de autoaprendizaje y autodisciplina y también de compañerismo. No hay maestro ni alumnos buenos o malos sino una retroalimentación. Esto es parte de la filosofía del parkour: dejar el ego de lado”, explica Alan.

Alan tiene ojos negros y unas cejas muy tupidas. Su cabellera castaña y barba también son abundantes y crespas. Es delgado y alto. A pesar de que dice que empezó mirando videos, antes de hacer parkour refiere que hizo acrobacia y artes marciales. Junto a él, está parado Emanuel Correa, quien es más callado y solo asiente frente a lo que Alan dice o hace alguna acotación. Es sábado, son cerca de las 15.30 y los dos entrenan en el parque detrás de la Biblioteca Nacional que tiene largas escaleras y piletas vacías que sirven para practicar saltos.

“El parkour es desplazarse de un punto A a un punto B. Hay que aprender a conocerse y a respetarse. Si das un salto y llegas de suerte no subiste un nivel, aprendiste cómo no llegar. Lo que aprendés físicamente lo tenés que trasladar a otros ámbitos. Si no te dejan hacer parkour en un lado, te vas a otro lado. Si cierran esto, hay dos Parkour Parks. Hay que adaptarse y seguir adelante”, afirma Alan.

El adaptarse y seguir también se aplicaría a las lesiones según Emanuel: “Yo tuve un esguince de tobillo, seguí practicando y se fue fortaleciendo”. Pero Alan es más categórico y dice que lesionarse no es ser “eficiente”- la eficiencia es uno de los valores del parkour - aunque él mismo tuvo un esguince de clavícula.

Cerca de las 16 llegan dos chicos más: Ulises y Sabrina García y el grupo empieza a calentar a pesar del viento helado que circula. Emanuel se saca ahí mismo el pantalón de jean y se pone un jogging gris amplio y unas zapatillas verdes con las suelas semi despegadas. En la parte de arriba sólo lleva una remera roja, si bien hacen menos de 10 grados.

Alan, en tanto, está más abrigado con un buzo bordo pero no se cambia los jean negros. Sabrina y Ulises, por su parte, están de jogging y buzos amplios oscuros y cómodos y Ulises lleva un gorro de lana.

Cada uno empieza por su lado a hacer una suerte de reconocimiento de las instalaciones, si bien la plaza es un lugar conocido para ellos. Saltan de una fuente a la otra. Prueban saltos con giros de costado y corren. Varias personas que parecen estar filmando un corto a unos metros, suben por la escalera a un hombre mayor en silla de ruedas. Éste luego se acerca y pregunta “¿Les puedo sacar una foto?”, a lo que los integrantes del grupo asienten. Otro hombre, que está en la filmación, también les habla y bromea “Ahora vengo yo a entrenar”.

En un momento, Emanuel, que se muestra muy ágil, se cae haciendo un salto de costado que ya había hecho varias veces frente a lo que Alan grita: “Whaaat?” y luego reflexiona: “Si tenés miedo de golpearte, te golpeas por eso mismo”.

En este punto, Ulises trae a colación un video del traceur Daniel Llabaca llamado “Elige no caer” y dice que “la solución es estar en el presente, si te preocupas por lo siguiente, te sale mal lo primero”.

“El parkour no es sólo desplazarse sino llegar. Hay dos máximas del parkour: Ser y durar; y ser fuerte para ser útil”, completa Alan.


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Camilo tiene 31 años, es periodista, especialista en tribus urbanas y ex traceur. Fan de David Bowie, suele cortarse el pelo como lo hacía el ídolo pop y, si bien es castaño, alguna vez se ha teñido de pelirrojo y a futuro quiere teñirse de negro azabache. A la cita, un sábado a las 18 en el bar Clásica y Moderna, llega con el pelo recién cortado con máquina estilo militar y una campera negra de cuerina que nunca se saca y que tiene el cierre en diagonal. Unos pantalones oscuros completan su vestimenta.

“Siempre soñé con ser Batman”, había dicho en tono de chiste vía Facebook, consultado por las motivaciones que él tenía para hacer parkour, pero una vez dentro del lugar y con un café delante cuenta una anécdota más dramática. “Me enteré de la existencia del parkour en 2007 leyendo un artículo que hablaba de un hombre que murió en una alcantarilla arrastrado por una tormenta. Él practicaba el ningunismo y sus amigos decían que hacía parkour. Su muerte fue porque hacía exploración urbana”.

La muerte de este hombre llamado Rodrigo Sierra hizo que Camilo empezará a ver videos de parkour y a su vuelta en Buenos Aires, contactó a un grupo que entrenaba en Parque Chacabuco.“Me dijeron ´ponete algo cómodo y vení´ y fui con mi equipo Adidas. Hice un año y medio y, en 2009, cuando empecé a trabajar los fines de semana lo tuve que dejar porque los entrenamientos eran los sábados a la mañana. Cuando entrenaba con el clan nunca me hice nada pero practicando solo me lastimé: En Puerto Madero me fisuré un dedo y detrás de la Biblioteca nacional me esguincé un pie”.

Según cuenta, todos usaban apodos y el suyo era Metro porque en esa época era “medio metrosexual” y también por el juego con la palabra metropolitano. “Me acuerdo que nos echaban de la Biblioteca Nacional porque cuando saltábamos caíamos en el techo del subsuelo y hacíamos ruido y había gente estudiando”. En Parque Chacabuco también tuvieron algún problema. “Una vez pegaron carteles de Jorge Telerman en los ductos de ventilación y yo los saqué y los que los ponían nos vinieron a buscar. Les pedí perdón pero mi clan quedó resentido conmigo y quizás por eso me fui”.

Ya lejos del clan se enteró que la agrupación se disolvió porque unos integrantes hip hoppers empezaron a hacer graffitis en Parque Chacabuco cuando uno de los lemas del grupo era respetar el ambiente.
“El parkour me pareció interesante porque había hecho Taekwondo y quería una actividad física en la que pudiera divertirme y siempre me molestó la competencia. Pero había compañeros que tenían las motivaciones más estúpidas. Uno, que nunca me cayó bien, decía que el parkour a diferencia del free running servía para escaparse de la policía. Esos tipos existen, van y duran poco. También había atletas que venían de la competencia y miraban despectivamente a los demás. Después había un chico de 11 años que hacía acrobacia y hacía un split espectacular. El parkour le gustó porque tenía la preparación física para hacerlo y porque es divertido. Era muy divertido”, concluye con un dejo de añoranza.